EL CRISTO DEL OCÉANO
Si quieres ver la película sin leer la trama, vete al final.
Título original: El Cristo del océano
Año: 1971
País: España, Italia, México
Duración: 87 min.
Género: Drama
Categoría: Simbología cristiana
Calificación moral: TP
Director: Ramón Fernández
Guión: Federico De Urrutia, Keith Luger, Luciano Martino, Alfredo Mañas
Música: Bruno Nicolai
Fotografía: Giovanni Bergamini
Reparto: Nino del Arco, Paolo Gozlino, Pilar Velázquez, Leonard Mann, José Suárez, María Elena Arpón
País: España, Italia, México
Duración: 87 min.
Género: Drama
Categoría: Simbología cristiana
Calificación moral: TP
Director: Ramón Fernández
Guión: Federico De Urrutia, Keith Luger, Luciano Martino, Alfredo Mañas
Música: Bruno Nicolai
Fotografía: Giovanni Bergamini
Reparto: Nino del Arco, Paolo Gozlino, Pilar Velázquez, Leonard Mann, José Suárez, María Elena Arpón
Pedrito es un niño huérfano, cuya infancia ha transcurrido bajo la tutela de Juan Aguirre, un rudo y campechano pescador. Éste se encargó de él, después de que el chico perdiera a su padre en un naufragio y su madre tuviese que ser internada, al quedar trastornada por la dramática pérdida de su esposo.
Pero las aguas también se llevarán para siempre a Juan, durante un terrible temporal, dejando otra vez desamparado a Pedrito.
Sumido en una profunda desesperación, el pequeño se refugiará en una cueva cerca de la playa, con el anhelo de ver regresar a su amigo.
Paradójicamente, será el mar el que empiece a devolverle la esperanza perdida, llevando hasta la orilla a un Cristo sin cruz. Casi a la vez, conocerá a un misterioso joven llamado Manuel, con el que entablará una profunda amistad.
Paradójicamente, será el mar el que empiece a devolverle la esperanza perdida, llevando hasta la orilla a un Cristo sin cruz. Casi a la vez, conocerá a un misterioso joven llamado Manuel, con el que entablará una profunda amistad.
La película adapta un cuento del escritor francés Anatole France, sobre un muchacho enfrentado a un trágico devenir. La historia nos sitúa en un pueblo, en el que sus vecinos subsisten lidiando cada día con la dura vida del mar. En la representación de las costumbres de su comunidad rural, atesoran una singular relevancia la maestra y el párroco. Este último intentará convencer a Pedrito para que acceda al traslado de la imagen encontrada hasta la iglesia local, en vez de mantenerla en la cueva junto a él, para mitigar su soledad. Sin embargo, el jovencito será el único capaz de ver al enigmático Manuel, cuyo nombre procede de Emmanuel, la denominación profética de Jesucristo. Su personaje simboliza la figura del Maestro y, como era habitual en aquella época, es plasmado de una forma acentuadamente solemne, aunque a la vez afable y cercana.
La fe de los niños, por la que Pedrito actúa libre del escepticismo de los adultos, es un tema primordial en importantes títulos religiosos como Ordet (La palabra) y Marcelino, pan y vino. Con la cinta de Ladislao Vajda guarda sustanciales similitudes, pues ambas nos hablan sobre huérfanos que encuentran consuelo en un crucificado. No es de extrañar que en lugares donde está tan enraizada la religiosidad popular, como en España y otros países de Latinoamérica, los dos largometrajes calasen entre el público.
Muy en consonancia con el Evangelio, el relato nos muestra a un Cristo muy próximo a los más desfavorecidos, encarnados aquí por el apenado protagonista y por los afanados pescadores de su aldea. Por otra parte, tienen un especial peso en el film, las bellas localizaciones asturianas de Cudillero y Luarca, en las que se efectuó el rodaje de este irregular drama, que no explota todas las posibilidades de la obra de Anatole France, pero que resulta indiscutiblemente entretenido y entrañable.
Comentario de: Alberto Mateos.
PROPUESTA PARA TRABAJAR LA PELÍCULA
EN GRUPO O EN FAMILIA.
Para quienes lo deseen, les propongo un trabajo de cineforun en familia.
Les hago algunas propuestas:
- Ver la película en familia. Y si les gusta, volverla a ver.
- Constatar que todos han entendido el argumento, la historia de la película,
- Compartir cada uno las emociones (alegría, tristeza, ansiedad, enojo, sorpresa, paz,,,) que la película nos ha ido suscitando en los distintos momentos. Importante que todos se puedan expresar, sin prisa y respetándonos.
- Señalar qué valores descubrimos en la película, y en qué momento de la película, en qué escenas, descubrimos cada uno de esos valores.
- Por último, compartir qué enseñanzas saca cada uno de la película. La vemos para aprender, no solo para pasar el tiempo, y es importante que podamos compartir qué ha aprendido cada uno para su vida.
Aquí la Peli.
La curiosidad me ha llevado a buscar casi 50 años después de ver la película por primera vez, y haberla visto más de un centenar de veces, el cuento en el que se inspirara Anatole France. Me ha encantado leerlo y te lo comparto. (P. Feli)
El Cristo del océano
[Cuento - Texto completo.]
Anatole France
Aquel año, muchos de los habitantes de Saint-Valery que habían salido a pescar, murieron ahogados en el mar. Se hallaron sus cuerpos arrojados por las olas a la playa junto a los despojos de sus barcas y, durante nueve días, por la ruta empinada que conduce a la iglesia, se vieron pasar los ataúdes transportados por los suyos y seguidos por las viudas llorosas, cubiertas con manto negro, como las mujeres de la Biblia. El patrón Jean Lenoël y su hijo Désiré fueron así colocados en la nave central, bajo la bóveda en la que ellos mismos habían colgado tiempo atrás, como ofrenda a Nuestra Señora, un barco con todos sus aparejos. Eran hombres justos y que temían a Dios. Y el señor Guillaume Truphème, párroco de Saint-Valery, después de haberles dado la absolución, dijo con una voz regada por las lágrimas:
-Jamás fueron sepultados en tierra sagrada, para esperar ahí el juicio de Dios, personas más honestas y mejores cristianos que Jean Lenoël y su hijo Désiré.
Y mientras las barcas con sus patrones perecían cerca de la costa, los grandes navíos naufragaban en alta mar, y no había día que el océano no devolviera algún despojo. Y sucedió que una mañana, unos chicos que trasladaban una barca vieron una figura flotando sobre el mar. Era la de Jesucristo, a tamaño natural, esculpida en madera resistente y si barnizar, que parecía una obra antigua. El buen Dios flotaba sobre el agua con los brazos extendidos. Los chicos lo sacaron a la orilla y lo llevaron a Saint-Valery. Tenía la frente ceñida por una corona de espinas; sus pies y sus manos estaban taladrados. Pero faltaban los clavos lo mismo que la cruz. Con los brazos aún abiertos para ofrecerse y bendecir, aparecía tal como lo habían visto José de Aritmatea y las santas mujeres en el momento de darle sepultura. Los chicos se lo entregaron al párroco Truphème que les dijo:
-Esta imagen del Salvador es una escultura antigua y el que la hizo debe estar muerto desde hace mucho tiempo. Aunque los vendedores de Amiens y de París venden en la actualidad por cien francos e incluso más, estatuas admirables, hay que reconocer que los artistas de antaño tenían también su mérito. Pero a mí me alegra sobre todo la idea de que si Jesucristo ha venido así, con los brazos abiertos a Saint-Valery, es para bendecir su parroquia tan cruelmente golpeada y para anunciar que Él tiene piedad de las pobres personas que van a la pesca poniendo en peligro sus vidas. Es el Dios que caminaba sobre los aguas y bendecía las redes de Cefas.
Y, tras haber hecho que colocaran al Cristo en la iglesia, sobre el mantel del altar mayor, el párroco Truphème se marchó para encargarle al carpintero Lemerre una bella cruz en madera de roble. Cuando estuvo hecha, clavaron en ella al buen Dios con clavos nuevos y la irguieron en la nave, por encima del poyo de mampostería. Fue entonces cuando vieron que sus ojos estaban llenos de misericordia y como húmedos de una piedad celestial. Uno de los mayordomos de la parroquia, que asistía a la colocación del crucifijo, creyó ver que las lágrimas corrían por el divino rostro. A la mañana siguiente, cuando el señor párroco entró en la iglesia con el monaguillo para celebrar misa, se sorprendió mucho al ver la cruz vacía encima del poyo y el Cristo tendido sobre el altar. Tan pronto como terminó la celebración del santo sacrificio, mandó llamar al carpintero y le preguntó por qué había desclavado el Cristo de su cruz. Pero el carpintero respondió que él no lo había tocado en absoluto; y, después de haber interrogado al pertiguero y a los fabriqueros, el párroco Truphème se aseguró de que nadie había entrado en la iglesia desde el momento en el que el buen Dios había sido colocado por encima del poyo.
Tuvo entonces la sensación de que aquellas cosas eran milagrosas y las meditó prudentemente. El domingo siguiente, habló de ello a los fieles de la parroquia y les invitó a contribuir con sus donaciones para erigir una nueva cruz más bella que la primera y más digna de llevar a Aquel que redimió al mundo. Los humildes pescadores de Saint-Valery dieron tanto dinero como pudieron, y las viudas ofrecieron sus alianzas. Por lo que el párroco pudo ir de inmediato a Abbeville para encargar una cruz de madera negra, muy brillante, coronada por un letrero con la inscripción «I.N.R.I» en letras doradas. Dos meses más tarde, la colocaron en el lugar de la primera y clavaron en ella el Cristo entre la lanza y la esponja. Pero Jesús la abandonó como a la otra, y durante la noche fue a tenderse sobre el altar.
Cuando, a la mañana siguiente, el señor párroco la encontró allí, cayó de rodillas y oró durante mucho rato. El rumor de aquel milagro se difundió por todos los alrededores, y las señoras de Amiens hicieron colectas para el Cristo de Saint-Valery. Y el padre Truphème recibió de París dinero y joyas, y la esposa del ministro de Marina, la señora Hyde de Neuville, le envió un corazón de diamantes. Disponiendo de todas aquellas riquezas, un orfebre de la calle Saint-Sulpice hizo, en dos años, una cruz de oro y pedrerías que fue inaugurada con gran solemnidad en la iglesia de Saint-Valery, el segundo domingo después de Pascua del año 18… Pero Aquel que no había rechazado la cruz dolorosa, se escapó de esta cruz tan rica y fue a tenderse de nuevo sobre el lino blanco del altar. Por temor a ofenderlo, esta vez lo dejaron allí, y allí descansaba desde hacía más de dos años, cuando Pierre, el hijo de Pierre Caillou, fue a decirle al párroco Truphème que había encontrado en la playa la auténtica cruz de Nuestro Señor.
Pierre era un chico retrasado, y como no tenía suficiente inteligencia para ganarse la vida, le daban pan por caridad; era apreciado por todos porque no hacía daño a nadie. Pero tenía una conversación sin mucha lógica, que nadie escuchaba. Sin embargo, el padre Truphème, que no dejaba de meditar en el misterio del Cristo del océano, se impresionó por lo que el pobre insensato acababa de decir. Fue con el pertiguero y dos fabriqueros al lugar en el que el chico decía haber visto una cruz y encontró dos planchas con clavos, que el mar había golpeado de acá para allá mucho tiempo y que verdaderamente, formaban una cruz.
Eran restos de un antiguo naufragio. Se veían aún sobre una de aquellas planchas dos letras pintadas en negro, una J y una L, y nadie podía dudar de que no fuera un trozo de la barca de Jean Lenoël, que cinco años antes había perecido en el mar, junto a su hijo Désiré. Al ver las planchas el pertiguero y los fabriqueros comenzaron a reírse del inocente que tomaba los tablones rotos de un barco por la cruz de Jesucristo. Pero el párroco interrumpió sus burlas. Había meditado mucho, había orado mucho desde que el Cristo del océano había llegado junto a los pescadores, y empezaba a comprender el misterio de la caridad infinita. Se arrodilló sobre la arena de la playa, recitó la oración por los fieles difuntos, y luego ordenó al pertiguero y a los fabriqueros que llevaran sobre sus hombros aquel despojo y lo depositaran en la iglesia. Cuando estuvo hecho, levantó el Cristo de encima del altar, lo colocó sobre los tablones de la barca e incluso él mismo lo clavó en ellos, con los clavos que el mar había corroído.
Por orden suya, aquella cruz ocupó a partir del día siguiente el lugar que ocupaba la cruz de oro y pedrerías, por encima del poyo. El Cristo del océano no se desclavó nunca más. Quiso permanecer sobre aquella madera en la que unos hombres habían muerto invocando su nombre y el de su Madre. Y allí, entreabriendo su boca augusta y dolorosa, parece decir: «Mi cruz está hecha de todos los sufrimientos de los hombres, pues yo soy realmente el Dios de los pobres y de los desdichados».
FIN
Traducción de Esperanza Cobos Castro
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