Mi madre tenía un solo ojo… yo la odiaba… porque me causaba
mucha vergüenza. Ella trabajaba de cocinera en la escuela donde yo estudiaba,
para mantener a la familia.
Un día yo estaba en secundaria, cuando ella vino para ver cómo
transcurrían mis estudios. Sentí mucha vergüenza. ¿Cómo podía hacerme esto?
Todos hablaban en voz baja. Cuando llegué a casa la ignoré y la miré con mucho
odio.
Al día siguiente, mis compañeros de clase se burlaban de mí:
- ¡“Tu
madre tiene un solo ojo ja, ja, ja”!
Entonces quise morirme y que mi madre desapareciera de mi vida
¡PARA SIEMPRE!
Al volver a casa, me enfrenté a ella y le dije: - “Has hecho de mí el hazmerreír de
toda la clase”. ¿Por qué no te mueres?- pero ¡NO ME RESPONDIÓ!
No sentí remordimiento alguno, porque estaba muy enfadado. No me
importaron sus sentimientos. Quise irme de ese lugar.
Estudié bien, me dieron la beca y me fui a Singapur. Así fue: me
fui. Allí estudié, me enamoré y me casé. Me compré una casa, fui feliz y tuve
hijos. Viví muy contento junto a mi familia.
Un día, vino mi madre a Singapur a visitarme. Habían
transcurrido muchos años sin que nos viésemos, y nunca antes había visto a sus
nietos. Se puso enfrente de la puerta, y mis hijos comenzaron a reírse al
verla. Yo le grité:
- “¿Cómo te atreviste a venir aquí a asustar a mis hijos?” ¡Sal
y vete ahora mismo!
Me respondió con calma: “Lo siento, creo que me equivoqué de
dirección”. Y desapareció.
Pasó el tiempo, y recibí una carta de la escuela, era una
invitación para una reunión de compañeros de estudio. Le mentí a mi esposa
informándole que iba de viaje a causa del trabajo.
Cuando acabó la reunión, me fui a la casa en que vivíamos antes
(sólo por curiosidad). Los vecinos me informaron que mi madre… ¡había muerto!
En mi interior se movieron muchas cosas, pero no derramé ni una sola lágrima.
Ellos me entregaron una carta que mi madre les había dejado, por si un día
volvía. La carta decía así:
“Querido hijo: he pensado mucho
en ti. Siento mucho haber ido a Singapur y haber asustado a tus hijos… esa no
fue mi intención. Estaba muy contenta al oír que ibas a acudir a esa reunión
del colegio. Deseaba verte, pero no pude levantarme de la cama para ir a abrazarte.
Siento mucho haberte causado vergüenza en muchas ocasiones durante tu vida. Pero
hay algo que nunca pude decirte. ¡Sabes!... cuando eras pequeño tuviste un
accidente y perdiste ¡un ojo! Y como toda madre, no pude dejar que crezcas con
un solo ojo. Y por eso, hijo mío, te di mi ojo, y me llene de orgullo y
felicidad… Y ¿sabes por qué? Porque así tú podrías seguir viendo el mundo con
mi ojo.
Con
todo mi amor: ¡¡¡Tu madre!!!”
Después de leer esa carta tan dolorosa, el hijo rompió en un
amargo llanto, arrepentido de no haber valorado a su madre en vida, y dándose
cuenta que era demasiado tarde para reparar tanta ingratitud. Y desde ese día,
él… ya no fue, tampoco, el mismo.
Que nuestra ingratitud a Dios y a los que nos rodean no nos
impida valorar lo grandes que son, lo mucho que nos aman y todo lo que están
haciendo por nosotros.