AVÍO DEL ALMA

domingo, 24 de mayo de 2020

SOLEDAD...

 


SOLEDAD...

NO SOLO ES NOMBRE DE MUJER. 

Por Feli de los Mozos.

Hay una vieja canción en castellano que se titula así, "SOLEDAD", y que ha sido reeditada y cantada en todos los países de habla hispana, incluso en versiones de diversos cantantes e idiomas. La canción original es del español cordobés Emilio José, que en 1973 se impuso con este tema en el Festival de Benidorm (Alicante - España). 

Una vista de Benidorm

Mucho se habló durante décadas de que Emilio José empleaba el nombre femenino que dió título a esta canción como una metáfora del significado doble de la palabra (Soledad, nombre de mujer; y soledad, circunstacia de estar solo). 

Fue el propio Emilio José quien aclaró todo a sus fans: "Soledad era una niña maravillosa que venía conmigo al colegio cuando éramos niños. Y desde la distancia, en época de emigrante andaluz a Cataluña, la nostalgia y el recuerdo me la traían a la memoria. Ella es como la ves en la canción, una criatura primorosa que no sabe que es hermosa, como tampoco lo sabe la flor. Simplemente lo es y así se muestra a la vida".

Cuando fui a Italia a hacer el noviciado en 1979, me la encontré en un cancionero italiano que utilizábamos y me sorprendió que fuese tan famosa. La letra comienza así: “ ¡Soledad!, es tan tierna como la amapola...”. Estaba claro que quien la había incluido en el cancionero Italiano no tenía ni idea que SOLEDAD es nombre de mujer en castellano, y en esa canción no se estaba cantando a la soledad, que él había traducido por “la solitudine”, sino a una mujer que se llamaba Soledad (sin artículo delante). 

Pero lo cierto es que SOLEDAD no sólo es nombre de mujer. Es también un fuerte sentimiento que experimentamos cuando en nuestra vida las personas que nos rodean no son afectivamente significativas para nosotros. Entonces, por más que estemos rodeados de miles y miles de personas, la soledad pesa sobre nuestra vida como una losa que desearíamos se evaporara por arte de magia. Y ésta es una experiencia que antes o después vive todo ser humano. 

Quizás la experimentamos por primera vez en esa edad tan turbulenta que llamamos adolescencia. Pero hay personas que la arrastran en su vida como si fuera su propia sombra. Algunas se han acostumbrado a vivir tan unidas a ella que se han convertido en “impotentes relacionales”; es decir, que no son capaces en su vida de establecer con nadie relaciones afectivas significativas y profundas, pues se encierran en su propia soledad como aislamiento y como protección. Está claro que se convierten en personas enfermas, aunque ellos lo desconozcan. 

Pero existen quienes la padecen como quien padece un resfrío. La viven por un tiempo y luchan y se esfuerzan por salir de esa situación cuanto antes. Y la verdad es que se pasa muy mal. Lo bueno de esto es que tiene solución, aunque a veces las soluciones que buscamos no son las adecuadas. 

Yo, que me encanta la noche, he podido comprobar en los distintos países donde he estado la buena aceptación que tienen ciertos programas de radio nocturnos que permiten a la gente llamar por teléfono, hablar y salir al aire diciendo lo que quieran, siempre con educación y respeto. Y he comprobado que con frecuencia muchas personas llaman a la emisora por el mero hecho de tener alguien con quien hablar y alguien que les escuche. Y se confiesan ante todos los oyentes como si fuera a una única persona que se lo están contando, sin importarles lo más mínimo que sean identificados por el vecino de al lado que en ese momento puede estar también escuchando la radio. Son las imprudencias que les hace cometer la desesperación por salir, aunque sea por unos pocos minutos, de su soledad. Y lo que me ha llamado la atención es que son muchísimas las personas que siguen este tipo de programas y participan en ellos. 

Cuando escribía este artículo, hace más de 20 años, en España algunas emisoras, después de las 12 de la noche, emitían varios programas de este tipo con llamadas en directo. Uno de los más escuchados era “¿Qué falló en lo vuestro?”, de Cadena DIAL. Es evidente, ya por el título, que yo que llevaba 15 años trabajando con parejas y matrimonios, el tema me interesaba y me apasionaba, así que en numerosas ocasiones le robaba tiempo al sueño y escuchaba algunos casos de los que contaban en directo.

Eso me permitió comprobar como, en “La Era de las Telecomunicaciones”, el ser humano aparece cada vez más incomunicado y más solo. Tenemos información de todo el mundo y sabemos lo que pasa en cualquier lugar del planeta y, a veces, del espacio en tiempo real. Pero ignoramos lo que pasa en el interior de la persona que vive al lado y que, quizás, duerme en nuestra misma cama. Ni siquiera somos muy conscientes de lo que pasa dentro de nosotros mismos.

Me gustaría creer que esto sólo es una imaginación mía, pero la experiencia me dice que es una triste realidad que vive  un porcentaje muy elevado de seres humanos. Pasa en los matrimonios, en las familias, en las comunidades religiosas... y hasta entre amigos. Y hoy que el celular se ha convertido en un apéndice más de nuestra mano, no ha solucionado el problema, sino que lo ha agrabado aún más. 

Nos encontramos más solos cada día y más encerrados en nosotros mismos. Como yo acostumbro a decir: "Bendito celular, que ya que no nos ayuda a salir de la soledad, por lo menos nos tiene entretenidos para que no la suframos tanto".

No esperes que nadie te diga a la cara que se siente solo o sola. Incluso nos hemos acostumbrado tanto a fingir, que quizás alguno que lee esto esté cayendo ahora en la cuenta que “ésta es una enfermedad muy extendida”. Pues sí, es así. Y solo existe una solución: abrirnos a los demás. Siempre he dicho que “no se puede querer lo que no se conoce, ni a quien no se conoce”. Y la soledad es más culpa nuestra que de los otros. 

Debemos abrirnos a los demás, pero no de una forma anónima e impersonal, como por la radio (aunque en ese tipo de programas se aprende mucho), sino de una forma explícita y personal. Solo así nuestras relaciones empiezan a ser afectivamente significativas y gratificantes. Incluso en ausencia física de los otros, vivimos una presencia vital que nos llena, nos plenifica y nos hace felices. Si aún no lo has comprobado, haz la prueba. Te alegrarás con los resultados. Por mi parte te deseo lo mejor, y si eres de esas personas que viven una patética y lamentable soledad crónica, no te resignes a llevarla como compañera de camino hasta la tumba. Existe remedio y, ese, solo está en tus manos.

Te dejo la canción de Emilio José para que la escuches. Ya sabes que no habla de la soledad, sino de Soledad, esa entrañable niña que se la inspiró. 

SOLEDAD

Soledad es tan tierna como la amapola
que vivió siempre en el trigo sola
sin necesitar de nadie, ay mi Soledad

Soledad es criatura primorosa
que no sabe que es hermosa
ni sabe de amor ni engaños, ay mi Soledad

Soledad vive como otra cualquiera
en la aldea donde naciera
lava, cose, llora y ríe, ay mi Soledad

Pero yo la quiero así distinta
porque es sincera
es natural como el agua que llega
corriendo alegre desde el manantial
no sabiendo ni adonde va
que feliz vive mi soledad

Soledad es tan bella como una paloma
y tan clara como el sol que asoma
por entre matorrales, ay mi soledad….



jueves, 14 de mayo de 2020

LA HISTORIA DE TOMMY


     
LA HISTORIA DE TOMMY


John Powell, un profesor de Loyola University en Chicago, escribe sobre un estudiante de su clase de La Teología de la Fe llamado Tommy.

Hace unos doce años atrás, yo estaba de pie observando a mis estudiantes de la universidad mientras entraban al salón para nuestra primera sesión de Teología de la Fe. Ese fue el primer día que vi a Tommy. Mis ojos y mi mente parpadearon. Tommy estaba peinando su larga cabellera rubia, que caía seis pulgadas por debajo de sus hombros. Era la primera vez que veía a un joven con una cabellera tan larga. Me imagino que era lo que estaba de moda en ese tiempo.

Yo sé que no es lo que está sobre la cabeza lo que cuenta, sino lo que está adentro; pero como ese día no estaba preparado para ello, mis emociones se alteraron y de inmediato catalogué a Tommy bajo la “E” de extraño… muy extraño. Tommy resultó ser el “ateo de la clase” en mi curso de Teología de la Fe. Él objetaba constantemente, sonriendo sarcásticamente, o quejándose por medio de un suspiro o gemido sobre la posibilidad de un Dios/Padre que nos ama incondicionalmente. Así y todo, vivimos en una paz relativa por un semestre, aunque tengo que admitir que a veces sí llegaba a molestarme.

Cuando al terminar el curso vino a entregar su examen final, me preguntó en un tono algo cínico:

- “¿Cree usted que alguna vez encontraré a Dios?”

Inmediatamente decidí usar un poquito de la técnica de la terapia de shock.

- “¡No!”, le dije muy enfáticamente.

- “¿Por qué no?”, me respondió, “yo creía que ése era el producto que usted estaba vendiendo.”

Dejé que estuviese a unos cinco pasos de la puerta del salón y alcé mi voz para decirle:

- “¡Tommy! Creo que tú nunca encontrarás a Dios… pero estoy absolutamente seguro de que Él te encontrará a ti.”

Él se encogió de hombros y salió de mi clase y de mi vida. Yo me quedé algo frustrado por el hecho de que no había captado mi ingeniosa observación: “¡Él te encontrará a ti!”, por lo menos yo pensaba que había sido ingeniosa.

Un tiempo después me enteré que Tommy se había graduado y me dio el debido gusto. Más adelante me llegó una triste noticia, supe que Tommy padecía de un cáncer terminal.

Antes de que yo pudiera salir a buscarlo, él vino a verme. Cuando entró en mi oficina lucía demacrado y su larga cabellera había desaparecido debido a la quimioterapia. Pero sus ojos brillaban y su voz tenía la misma firmeza que tenía antes.

- “Tommy, he pensado mucho en ti… oí que estás enfermo”, le dije en un tono casual.

- “Oh, sí, muy enfermo”, me respondió, “tengo cáncer en ambos pulmones. Es cuestión de semanas.”

- “Tom, ¿puedes hablar sobre eso?”, le pregunté.

- “Por supuesto, ¿que quiere saber?”, me contestó.

- “¿Qué se siente tener solo 24 años y estar muriendo?”, le dije.

- “Bueno, podría ser peor.”

- “¿Peor, cómo qué?”

- “Bueno, como llegar a los cincuenta años sin tener valores o ideales; o llegar a los cincuenta creyendo que beber, seducir mujeres y hacer dinero son ‘lo máximo’ de la vida.”

(Empecé a buscar en mi archivo mental donde años antes había clasificado a Tommy bajo la “E” de extraño… Parece ser como si a todo aquel que yo rechazara mediante mi propia calificación, Dios lo devolviera a mi vida para que me educara.)

- “Pero por lo que en realidad vine a verlo es por algo que usted me dijo el último día de clases.” (¡Se acordó!

Él continuó diciendo:

- “Yo le pregunté si usted creía que yo llegaría alguna vez a encontrar a Dios. Usted me dijo que ¡No!, cosa que me sorprendió mucho. Entonces usted dijo: ‘Pero Él te encontrará a ti’. Estuve pensando mucho en eso, aunque no se puede decir que mi búsqueda era muy intensa en aquel entonces.” (Mi ingeniosa observación… ¡había pensado mucho en ella!) “Pero cuando los doctores removieron el tumor que tenía en la ingle y me dijeron que era maligno, ahí fue que empecé a buscar seriamente a Dios. Y cuando el cáncer se regó a mis órganos vitales, de verás que empecé a golpear fuertemente con mis puños las puertas del Cielo… pero Dios no salió. De hecho, no pasó nada.

Y prosiguió: - ¿Alguna vez ha tratado de hacer algo con mucho esfuerzo sin obtener ningún resultado? Uno se harta psicológicamente, se aburre de tratar y tratar y tratar… y eventualmente, uno deja de tratar. Bueno, pues un día me desperté y en lugar de estar lanzando mis reclamos inútiles por encima de ese muro de ladrillos a un Dios que posiblemente no estuviera ahí, me rendí… Decidí que en realidad no me importaba Dios, ni una vida después de la muerte, ni nada que se le pareciera. Decidí pasar el tiempo que me quedara haciendo algo más provechoso.

Pensé en usted y en su clase y recordé otra cosa que usted nos había dicho: ‘La mayor tristeza es pasarse la vida sin amar. Pero sería igualmente triste pasar por la vida e irse sin nunca haberle dicho a los que uno ama que los ama’. Así que empecé por el más difícil, mi padre. Él estaba leyendo el periódico cuando me le acerqué.

“Papá”

“¿Qué?”, preguntó sin quitar sus ojos del periódico.

“Papá, quisiera hablar contigo.”

“Bueno, habla.”

“Papá… es algo verdaderamente importante.”

Bajó el periódico lentamente.

“¿De qué se trata?”

“Papá, yo te amo. Sólo quería que lo supieras.”

(Tom me sonrió mientras me contaba con satisfacción, como si sintiera un gozo, cálido y secreto, que fluía a través de su interior..)

- “El periódico se cayó de sus manos. Entonces mi padre hizo dos cosas que no recuerdo que hubiese hecho antes. Él lloró y me abrazó. Estuvimos hablando toda la noche, aunque él tenía que ir a trabajar al día siguiente. Me sentí tan bien de estar cerca de mi padre, de ver sus lágrimas, de sentir su abrazo y de oírle decir que me amaba. Fue más fácil con mi madre y con mi hermano pequeño. También ellos lloraron conmigo y nos abrazamos y nos dijimos cosas bonitas los unos a los otros.

Compartimos las cosas que habíamos guardado en secreto por tantos años. Sólo me arrepiento de una cosa – de haber esperado tanto tiempo. Ahí estaba yo, al borde de la muerte y comenzando a abrirme a todas las personas que siempre habían estado tan cerca de mí.

     Entonces, un día me volteé ¡y ahí estaba Dios! No vino a mí cuando yo se lo rogaba. Me imagino que yo me portaba como un entrenador de animales aguantando el aro para que saltaran: ‘¡Vamos, salta! Te doy tres días, tres semanas.’ Aparentemente Dios hace las cosas a Su manera y a Su hora. Pero lo importante es que Él estaba ahí. ¡Me había encontrado! Usted tenía razón, me encontró aún después de que yo dejé de buscarlo.”

- “Tom”, le dije casi sin aliento, “yo creo que estás diciendo algo muy importante y más universal de lo que tú te puedas imaginar. Por lo menos para mí, lo que estás diciendo es que la forma más segura de encontrar a Dios es la de no hacerlo una posesión particular, un solucionador de problemas, un consuelo instantáneo en tiempos de necesidad, sino abrirse al amor. Sabes, el apóstol Juan dijo eso, él dijo: ‘Dios es Amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él.’”

- “Tom, ¿podría pedirte un favor? –pregunté-. Fíjate, cuando te tenía en mi clase eras una verdadera molestia, pero (riendo) ahora puedes compensarme por todo… ¿Vendrías a mi curso de Teología de la Fe y les contarías lo que acabas de contarme? Si yo se lo dijera, no tendría el mismo impacto que si se lo cuentas tú.”

- “Oohh…Yo estaba preparado para usted, pero no sé si estoy preparado para su clase.”

-”Piénsalo, Tom, y si te sientes preparado, llámame.”

Tom me llamó a los pocos días y me dijo que estaba listo para la clase, que él quería hacer eso por Dios y por mí. Así que fijamos la fecha, pero Tom nunca pudo llegar… Él tenía una cita mucho más importante que la mía y mi clase. Por supuesto que su vida no terminó con la muerte, sólo cambió. Él dio el gran salto de la fe a la visión. Él encontró una vida más hermosa que todo lo que ha visto el ojo humano o que el oído humano haya escuchado o que la mente del ser humano jamás se haya imaginado.

Antes de que él muriera, hablamos una última vez.

- “No voy a poder llegar a su clase”, me dijo.

- “Lo sé, Tom.”

- “¿Se lo contará usted por mí? ¿Se lo dirá al mundo entero por mí?”

- “Sí, Tom, lo haré. Se lo contaré. Lo haré lo mejor que pueda...”

Así que a todos vosotros que habéis tenido la bondad de oír esta simple historia sobre el amor de Dios, gracias por escuchar. Y para ti, Tommy, que estás en los brillantes y verdes cerros del Cielo: “Se lo he dicho, Tommy…, lo mejor que he podido”.

     Y yo se lo he compartido a esta buena gente de Itatí y peregrinos de la Virgen. Porque también estoy convencido que aunque alguno no encuentre a Dios en su vida, yo estoy seguro que Dios le encontrará a él.

    Gracias a John Powell, quien escribió este lindo testimonio real y a ustedes que vienen siguiendo mi Blog para que sea AVÍO DEL ALMA para sus vidas.


Sígueme en estos enlaces:

       


jueves, 7 de mayo de 2020

DIOS ES COMO EL AZÚCAR

 



DIOS ES COMO EL AZÚCAR

 


Cierto día, la profesora, queriendo saber si todos habían estudiado la lección solicitada, preguntó a los niños quién sabía explicar quién es Dios.

Uno de los niños levantó el brazo y dijo:

- Dios es nuestro padre. El hizo la tierra, el mar y todo que está en ella; nos hizo como hijos de Él.

 

       

 La profesora, queriendo buscar más respuestas, fue más lejos:

- ¿Como saben que Dios existe, si nunca Lo han visto?

La sala quedó toda en silencio...

Pedro, un niño muy tímido, levantó la mano y dijo:


- Mi madre me dijo que DIOS ES COMO EL AZÚCAR en mi leche que ella prepara todas las mañanas. Yo no veo el azúcar que está dentro de la taza en medio de la leche, pero si ella me lo saca, queda sin sabor. Dios existe, y está siempre en el medio de nosotros, solo que no lo vemos. Pero si Él no está, nuestra vida queda sin sabor.

La profesora sonrió y dijo:

- Muy bien, Pedro, yo les enseñé muchas cosas, pero tú me enseñaste algo más profundo que todo lo que yo ya sabía.

Yo ahora sé que Dios es nuestro azúcar y que ESTÁ TODOS LOS DÍAS ENDULZANDO NUESTRA VIDA.

Le dio un beso y salió sorprendida con la respuesta de aquel niño.

 

La sabiduría no está en el conocimiento, pero sí en la vivencia de DIOS en nuestras vidas, pues teorías existen muchas, pero dulzura como la de DIOS no existe todavía, ni en los mejores azúcares...

 

¡Feliz día y no te olvides de colocar "AZÚCAR" en tu vida! Y como a veces hay días amargos... hay que colocarle doble dosis de azúcar.