EL HIJO…
QUE SE COMPORTÓ COMO HIJO
Un hijo llevó a
su padre a un restaurante para disfrutar de una deliciosa cena. Su padre ya era
bastante anciano y, por lo tanto, estaba también un poco débil.
Mientras
comía, algo de la comida caía de cuando en cuando sobre su camisa y su
pantalón. Los demás comensales observaban al anciano con sus rostros
distorsionados por el disgusto, pero su hijo permanecía en total calma.
Una vez que ambos
terminaron de comer, el hijo, sin mostrarse ni remotamente avergonzado, ayudó
con absoluta tranquilidad a su padre y lo llevó al sanitario. Limpió las sobras
de comida de su arrugado rostro, e intentó lavar las manchas de comida de su
ropa; amorosamente peinó su cabello gris y finalmente le acomodó los anteojos.
Al salir del
sanitario, un profundo silencio reinaba en el restaurante. Nadie podía entender
cómo es que alguien podía hacer el ridículo de tal manera.
El hijo se
dispuso a pagar la cuenta, pero antes de partir, un hombre, también de avanzada
edad, se levantó de entre los comensales, y le preguntó al hijo del anciano:
- “¿No te parece que has dejado algo
aquí? “
El joven
respondió:
- “No, no he dejado nada”.
Entonces el
extraño le dijo:
- ”¡Sí, has dejado algo! ¡Has dejado en
este restaurante una lección para cada hijo, y una esperanza para cada padre!”
El restaurante
entero estaba tan silencioso que se podía escuchar caer un alfiler. Aquella escena quedó grabada en la mente de todos los comensales y camareros, y desde ese momento, quienes fueron testigos de esa escena, se están preguntando cómo estoy tratando yo a mis mayores, y cómo me gustaría que me traten cuando yo sea mayor.
Uno de los
mayores honores que existen en la vida es poder cuidar de aquellos adultos mayores que
alguna vez nos cuidaron a nosotros. Nuestros padres, y todos esos ancianos que
sacrificaron sus vidas, su tiempo, dinero y esfuerzo por nosotros, merecen
nuestro máximo respeto.
REFLEXIÓN
Con mucha frecuencia me encuentro en los velatorios y en
los funerales familiares del difunto (hijos, hermanos, padres, tíos, sobrinos)
que lloran desconsoladamente ante la muerte de su ser querido. Pero mientras
vivían no se acordaban de él/ella, y
no tenían tiempo para visitarle y
compartir algo de tiempo con esos “presuntos” seres queridos.
La vida estaba tan llena y estaban tan ocupados, que era
absolutamente imposible hacerse un hueco en la agenda para compartir al menos
un rato. Y así han pasado meses y años, sin demostrar que esa personas realmente nos importaban.
Y de pronto… SE MUEREN, sin previo aviso, y dejamos todo para ir al entierro, y
hacernos los compungidos delante de los demás, cuando el difunto ni ve
nuestra cara, ni le importan nuestras lágrimas, ni va a cambiar ya nada su
realidad. Ni siquiera nos va a poder responder con una sonrisa.
¿No será mejor que REFLEXIONEMOS
a tiempo cómo estamos actuando? Hoy
puede ser un gran día para que te lo plantees. Mañana, la próxima semana,
el mes que viene, el próximo año… puede ser demasiado tarde.
No quieras suplir
mañana con lágrimas lo que aún estás a tiempo de hacer hoy.
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