“El porro no hace nada (y
yo me lo creí)”: la carta que es furor en las redes.
Se viralizó en
Facebook un mensaje de un joven que cuenta cómo fue su experiencia con la
marihuana.
“Mi padres siempre me dijeron que la droga mata, sin embargo veía tantos chicos fumar
marihuana y ninguno se moría. Pero eso sí, veía que mis amigos, cuando fumaban, empezaban a reírse y a divertirse. Ellos te dicen: “lo que
mata es el cigarrillo de tabaco, por eso yo fumo marihuana”.
Pregunto a los que fuman si el porro es peligroso. Voy directamente, o sea a los que fuman, y me responden
que no, que “son mentiras, relaja, te divierte y te sentís bárbaro”.
Ante esta certeza, los padres también se dejan convencer. “Lo hacen todos, fuman
en todos lados, te hace estar bien, es un pasatiempo.” Con este panorama los padres
quedan sin armas. Y encima, si dicen que
no, parece que estuvieran en contra de la sociedad y, si muestran su
preocupación a otros padres, es probable que estos no les vuelvan a dirigir la
palabra, porque el hijo de ellos se puede contagiar.
Mis amigos seguían convencidos de que fumar no te
causa ningún problema y me convencieron. Y
estaba bueno, porque me gustaba hacerlo. Aunque después empezó a haber problemas en mi casa. En
mi familia me decían que conmigo no se
me podía hablar, que reaccionaba mal,
estaba más irritado. Es que no
quería que se metieran en mis cosas, yo con
la marihuana encontré la tranquilidad que necesitaba.
Tenía unos problemas en el colegio que no me
dejaban dormir, y con el porro estaba
bien. Hasta mi novia me dejó,
pero ya no me importaba nada. Dejé
de ir al Club, y estaba con mis amigos del porro inclusive en los horarios que
tenía que ir a la escuela. Mi mamá se enojaba porque a casa iba sólo a
comer y a encerrarme en mi pieza. Juan, mi amigo, que nunca consumió, me
dijo que yo sentía que estaba bárbaro,
porque no me daba cuenta de la realidad.
La marihuana altera lo que yo percibo
o lo que capto de las cosas y veo una realidad diferente al que no fuma. Según el nivel de marihuana que tenga en mi cerebro, proyecto,
vuelo, medito sobre mi vida. Me
hacía unos castillos fantásticos, en el aire, pero después no concretaba
nada.
Y cambiaba mis proyectos semana a semana, año a
año, abandoné la escuela. En
realidad, me costaba estudiar, me
pasaba horas sobre la misma página del libro, y me costaba memorizar, empezaba a olvidarme algunas cosas.
Yo pensaba que la manejaba, que estaba más de cinco
días sin fumar y no me pasaba nada. A esto, mi amigo me respondía que, como la marihuana queda depositada en el
cerebro, se hace una reserva de cannabis. Entonces, siempre tenía una
dosis diaria, por lo que la abstinencia o el nerviosismo, el enojo, la
ansiedad, y esas cosas que te ocurren y pasan por no fumar, aún no aparecían. Recién ocurren a los 10 días más o menos.
Luego supe que si uno fuma muy seguido, se tarda como un mes en
desintoxicarse totalmente. Es increíble, puedo pasar
3 semanas sin fumar, y en cambio el
análisis de orina sigue dando positiva a tetrahidrocannabinoides
(cannabis-marihuana).
Hoy tengo 24 años y estoy en una comunidad
terapéutica. Mis padres,
cansados de que yo siguiera “vegetando” y no concluyendo nada, me internaron. Yo me negué
siempre, y decía que era mayor de edad. Ellos me plantearon que si elegía
seguir con la misma vida, no me iban a mantener más. Y yo en ese momento
no tenía manera de conseguir ningún trabajo, porque no terminé nada. Y las
changas que conseguía no me alcanzaban para alquilar nada ni mantenerme.
Entonces accedí. Pensé: “No tengo para alquilar o
comer; mejor me quedo en un centro de rehabilitación, así los dejo tranquilos
por un tiempo y me dejan de joder”. Pero a
las semanas de dejar el porro empecé a tomar más conciencia de la realidad,
y cuando miro para atrás me doy cuenta
de cómo me engañé por tanto tiempo.
A veces me siento como un estúpido, infantil, que llora
por su mamá o por una pequeña frustración, parece que todavía tuviera 14 años, que hubiera dejado de madurar el día que me
enganché y me enamoré de la marihuana.
No aprendí a resolver problemas, no aprendí de las
experiencias, todo lo tapaba con un porrito. Entre
el alcohol y la marihuana, que me planchaban tanto, a veces tenía que enchufarme un poco con cocaína. Eso sí, a
veces me asustaba, ya que terminé en el hospital porque el corazón parecía que
se me salía del pecho.
Cuando entré al centro de rehabilitación no me
quería quedar porque había varios chicos chapita-chapita, y yo era sólo
marihuanero. Pero después supe que empezaron
como yo, enamorándose del porro. Escuchaban voces (alucinaciones auditivas), hablaban
solos y no coordinaban mucho lo que decían, a pesar de que estaban ahí desde
hacía varios meses sin consumir drogas.
La marihuana en algunas personas desencadena una psicosis (no tener
contacto con la realidad, entre otras cosas). En algunos
mejora con medicación si no fuman más marihuana y, en otros, lamentablemente no
se recuperan más de su enfermedad mental, y se diagnostica una esquizofrenia.
Para entender un poco mejor empecé a leer, y supe que las
drogas estimulan la liberación de una sustancia (neurotransmisor) que se
llama dopamina. Esta sustancia estimula una zona del cerebro, que se llama
Centro de Recompensa, dando como
resultado una sensación de placer. La persona quiere repetir esta sensación, aumentando la frecuencia y la
cantidad del consumo, siendo muy difícil decir que “no” a “eso” que le da
placer, y encima “lo hacen todos”.
A medida que se aumenta el consumo, las neuronas se acostumbran, se van
adaptando al nuevo invitado químico, produciendo cambios en sus estructuras,
con el tiempo, y posteriormente se hace
muy difícil o imposible dejarlo.
Por eso se dice que la adicción es una enfermedad, ya que intervienen mecanismos biológicos, no sólo psicológicos, y no se cura
sólo con la voluntad. El Centro de Recompensa es también estimulado
por la comida, el agua, sexo, deporte, entre otras cosas. Pero el placer
llega más lento que con la droga. Esta es la propiedad mágica de la droga, que hace sentir placer inmediatamente,
y cuanto más rápido se logra este efecto, más adictiva es, o sea, más difícil
se hace querer abandonarla. Dicho con una imagen: “Es como si uno se
enamora, se casa, y lo más triste es que no te podes divorciar”.
Firmado:
Un exdrogadicto.
Después de este crudo y real testimonio, les dejo uno de los
relatos de los libros REFLEXIONES PARA EL ALMA, que puedes adquirir:
- En la Secretaría de la Basílica de Itatí.
- Contactando al P. Feli.
- Y a través de internet, comprando directamente al autor de los
libros.
Un loco amor
En
el siglo XIV, la peste negra (Bubónica), se llevó a casi la mitad de la
población del mundo.
En
el siglo XVIII, la peste amarilla, arrasó con ciento de miles de personas, a
nivel mundial.
En
nuestros días, la peste que está asolando a nuestra juventud, es la DROGA.
Las
demás plagas destructivas daban muy poco margen de vida. Pero ahora nuestros
hijos, se están contaminando y enfermando con esta peste, que no tiene retorno
y que tiene como efecto, disminuir la inteligencia, la capacidad de razonar y
de tomar decisiones, a los que serán nuestra futura generación.
Debemos
decidir, si queremos que nuestros hijos sean personas normales o mutantes a los
que sólo les interesa drogarse, porque según ellos es lo único que los hace
felices.
La
redacción de esta carta, lleva como título:
«Un
loco amor»
“Cuando
la conocí tenía 16 años.
Fuimos
presentados en una fiesta, por un chico, que se decía mi amigo.
Fue
amor a primera vista. Ella me enloquecía.
Nuestro
amor llegó a tal punto, que ya no conseguía vivir sin ella. Pero era un amor
prohibido. Mis padres nunca la aceptaron.
Fui
reprendido en la escuela y tuvimos que empezar a encontrarnos a escondidas.
Llegó
un momento en que no aguanté más, me volví loco.
Yo
la quería, pero no la tenía.
No
podía permitir que me apartaran de ella. La amaba locamente, tanto que por ella
estrellé mi auto, rompí todo lo que había dentro de la casa y casi mato a mi
hermana.
Estaba loco, la necesitaba.
Estaba loco, la necesitaba.
Hoy
tengo 39 años; estoy internado en un hospital, soy un inútil y voy a morir
abandonado por mis padres, por mis amigos y por ella.
¿Su
nombre? COCAÍNA.
«A
ella le debo mi vida, mi destrucción y mi muerte»
Si te ha gustado esta reflexión, compártela por Mail, Twitter, Facebook, o Pinterest, pinchando a continuación en COMPARTIR.
Si te ha gustado esta reflexión, compártela por Mail, Twitter, Facebook, o Pinterest, pinchando a continuación en COMPARTIR.
No hay comentarios:
Publicar un comentario