AVÍO DEL ALMA

viernes, 23 de agosto de 2019

CANICAS ROJAS



CANICAS ROJAS

Durante los duros años de la Revolución, en un pueblo pequeño de Aguascalientes, México, solía ir al almacén del Sr. Muro para comprar productos frescos. La comida y el dinero faltaban, y el trueque se usaba mucho: yo te doy esto y tú me das otra cosa.

Un día en particular, el Sr. Mauro me estaba empaquetando unas papas. Cuando de repente me fijé en un niño pequeño, delicado de cuerpo y aspecto, con ropa rota pero limpia que miraba atentamente una caja de peras frescas. Pagué mis papas, pero también me sentí atraído por el aspecto de esas peras. ¡Me encanta el dulce de pera y las papas frescas! Admirando las peras, no pude evitar escuchar la conversación entre el Sr. Mauro y el niño.


- “Hola Toño, ¿Cómo estás hoy?”
- “Hola Sr. Mauro. Estoy bien, gracias... solo miraba las peras... se ven muy buenas”.
- “Sí, son muy buenas. ¿Cómo está tu mamá?”
- “Bien. Cada vez más fuerte”.
- “Dime, ¿hay algo en que te pueda ayudar?”
- “No Señor. Sólo miraba las peras”.
- “¿Te gustaría llevarte algunas a casa?”
- “No Señor. No tengo con que pagarlas”.
- “Bueno, ¿qué tienes para cambiar por ellas?”
- “Lo único que tengo es esto, mi canica más valiosa”.
- “¿De veras? ¿Me la dejas ver?”
- “Acá está. ¡Es una joya!”
- “Ya lo veo. El único problema es que ésta es azul y a mí me gustan las rojas. ¿Tienes alguna como ésta, pero roja, en casa?”
- “No exactamente, pero casi”.
- “Hagamos una cosa. Llévate esta bolsa de peras a casa y la próxima vez que vengas muéstrame la canica roja que tienes”.
- “¡Claro! Gracias Sr. Mauro”.


La esposa de Mauro, Carmelina, se me acercó a atenderme y con una sonrisa me dijo:
- “Hay dos niños más como él en nuestra comunidad, todos en situación muy pobre. A Mauro le encanta hacer trueque con ellos por peras, manzanas, tomates, o lo que sea. Cuando vuelven con las canicas rojas, y siempre lo hacen, él dice que en realidad no le gusta tanto el rojo, y los manda a casa con otra bolsa de mercadería y la promesa de traer una canica color naranja o verde tal vez”.


       Me fui del negocio sonriendo e impresionado con este hombre.

Un tiempo después me mudé a Guadalajara pero nunca me olvidé de este hombre, los niños y los trueques entre ellos.

Pasaron varios años, cada uno más rápidamente que el anterior. Recientemente tuve la oportunidad de visitar a unos amigos en esa comunidad en Aguascalientes. Mientras estuve allí, me enteré que el Sr. Mauro había muerto. Esa noche sería su velatorio y sabiendo que mis amigos querían ir, acepté acompañarlos. Al llegar a la funeraria, nos pusimos en fila para conocer a los parientes del difunto y para ofrecer nuestro pésame. Delante de nosotros, en la fila, había tres hombres jóvenes. Uno tenía puesto un uniforme militar y los otros dos unos bonitos trajes oscuros con camisas blancas. Parecían profesionales. Se acercaron a la Sra. Carmelina, quien se encontraba al lado de su difunto esposo, tranquila y sonriendo. Cada uno de los hombres la abrazó, la besó, conversó brevemente con ella y luego se acercaron al ataúd.
Los ojos oscuros llenos de lágrimas de la Sra. Carmelina, siguieron uno por uno a los tres jóvenes, mientras cada uno tocaba con su mano cálida, la mano fría dentro del ataúd. Cada uno se retiró de la funeraria limpiándose los ojos.
Llegó nuestro turno y al acercarme a la Sra. Carmelina le dije quién era y le recordé lo que me había contado años atrás sobre las canicas.
Con los ojos brillando, me tomó de la mano y me condujo al ataúd.

- “Esos tres jóvenes que se acaban de ir son los tres chicos de los cuales te hablé. Me acaban de decir cuanto agradecían los “trueques” de Mauro. Ahora que Mauro no podía cambiar de parecer sobre el tamaño o color de las canicas, vinieron a pagar su deuda. Nunca hemos tenido riqueza, -me confió-, pero ahora Mauro se consideraría el hombre más rico del mundo”.

A continuación la esposa levantó la mano de su esposo fallecido. Allí estaban, eran tres canicas rojas exquisitamente brillantes. El amor del Sr. Mauro quedó grabado en el corazón de los tres chicos de tal manera, que jamás olvidaron su actitud y generosidad.



“No seremos recordados por nuestras palabras, sino  por  nuestras  acciones”

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