viernes, 24 de junio de 2016

CARTA A UN HIJO

CARTA A UN HIJO




Querido hijo:
Hoy quiero compartirte algo que me pesa en el corazón.
Aquella era una mañana como cualquier otra. Yo, como siempre, me hallaba de mal humor.
Te regañé porque estabas tardando demasiado en desayunar, te grité porque no parabas de jugar con los cubiertos y te reprendí porque masticabas con la boca abierta.
Comenzaste a refunfuñar y entonces derramaste la leche sobre tu ropa. Furioso te levanté por el cabello y te empujé violentamente para que fueras a cambiarte de inmediato.
Camino a la escuela no hablaste. Sentado en el asiento del auto llevabas la mirada perdida. Te despediste de mí tímidamente y yo sólo te advertí que no te portaras mal.
Por la tarde, cuando regresé a casa después de un día de mucho trabajo, te encontré jugando en el jardín. Llevabas puestos tus pantalones nuevos y estabas sucio y mojado.
Frente a tus amiguitos te dije que debías cuidar más tu ropa y tus zapatos; que parecía no interesarte mucho el sacrificio de tus padres para vestirte. Te hice entrar a la casa para que te cambiaras de ropa y mientras marchabas delante de mi te indiqué que caminaras erguido.
Más tarde continuaste haciendo ruido y corriendo por toda la casa.
A la hora de cenar arrojé la servilleta sobre la mesa y me puse de pie furioso porque no parabas de jugar. Con un golpe sobre la mesa grité que no soportaba más ese escándalo y subí a mi cuarto.
Al poco rato mi ira comenzó a apagarse. Me di cuenta de que había exagerado mi postura y tuve el deseo de bajar para darte una caricia, pero no pude. ¿Cómo podía un padre, después de hacer tal escena de indignación, mostrarse sumiso y arrepentido?
Luego escuché unos golpecitos en la puerta. ‘Adelante’... dije, adivinando que eras tú. Abriste muy despacio y te detuviste indeciso en el umbral de la habitación.
Te miré con seriedad y pregunté: - ¿Te vas a dormir? ... ¿vienes a despedirte?
No contestaste. Caminaste lentamente con tus pequeños pasitos y sin que me lo esperara, aceleraste tu andar para echarte en mis brazos cariñosamente.
Te abracé... y con un nudo en la garganta percibí la ligereza de tu delgado cuerpecito.
Tus manitas rodearon fuertemente mi cuello y me diste un beso suavemente en la mejilla.
Sentí que mi alma se quebraba.
- 'Hasta mañana papito'- me dijiste.
Saliste por la puerta y casi no te alcancé a ver, pues mis lágrimas iban nublando tu imagen a medida que te alejabas. Puse mi cabeza entre mis manos y mientras lloraba me quedé pensando:

“¿Qué es lo que estaba haciendo? ¿Por qué me desesperaba tan fácilmente? Me había acostumbrado a tratarte como a una persona adulta, a exigirte como si fueras igual a mí y ciertamente no eras igual. Tu tenías unas cualidades de las que yo carecía: eras legítimo, puro, bueno y sobretodo, sabias demostrar amor.
¿Por qué me costaba a mí tanto trabajo demostrar mi amor? ¿Por qué tenía el hábito de estar siempre enojado? ¿Qué es lo que me estaba pasando?
Yo también fui niño. ¿Cuándo fue que comencé a contaminarme?”
Después de un rato entré a tu habitación y encendí con cuidado una lámpara.
Dormías profundamente. Tu hermoso rostro estaba ruborizado, tu boca entreabierta, tu frente húmeda, tu aspecto indefenso como el de un bebé.
Me incliné para rozar con mis labios tu mejilla, respiré tu aroma limpio y dulce.
No pude contener el sollozo y cerré los ojos. Una de mis lágrimas cayó en tu piel. No te inmutaste.
Me puse de rodillas y te pedí perdón en silencio. Te cubrí cuidadosamente con las cobijas y salí de la habitación...
Algún día sabrás que los padres no somos perfectos, pero sobre todo, ojalá te des cuenta de que, pese a todos mis errores, te amo más que a mi vida.
Tu papá.


jueves, 16 de junio de 2016

GEMELOS NO ABORTADOS... SACERDOTES CONSAGRADOS.

Gemelos chilenos
que se salvaron de morir en un aborto, ahora son sacerdotes


A inicios de 1984 una ecografía mostraba que en el vientre de la chilena Rosa Silva se gestaba un bebé con tres brazos y dos cabezas. Los médicos insistieron en que se practique un aborto, pero ella se negó pues estaba dispuesta a recibir “lo que Dios le mandara” y Dios no le envió un bebé con malformaciones sino hijos gemelos, los hoy sacerdotes Felipe y Paulo.

Idénticos en cuerpo y vocación, Felipe y Paulo Lizama siempre lo compartieron todo: la misma educación, amistades, aficiones deportivas -jugaron y destacaron juntos en las ligas menores del club Colo Colo- y una profunda fe. Sin embargo, que los dos respondieran al llamado a la vida sacerdotal sorprendió a más de uno.

En una entrevista concedida a ACI Prensa, los ahora Padres Felipe y Paulo narraron la estremecedora historia de su nacimiento. Sus padres Humberto Lizama y Rosa Silva, eran paramédicos y ya tenían a su hermana Paola, entonces de cuatro años, cuando Rosa resultó nuevamente embarazada.
La familia vivía en el pueblo Lagunillas de Casablanca en Valparaíso, Chile. Cumpliendo su labor de paramédica, Rosa -que desconocía su gestación- se expuso a los rayos x en un procedimiento. Por ello, en cuanto supo de su estado, se realizó su primera ecografía.


El médico le advirtió que veía “algo raro”, le dijo que “la guagua (el bebé) viene con tres brazos y los pies están algo enredados”, y además “tenía dos cabezas”, según relata Paulo.
Aunque en Chile se permitía entonces el aborto por razones “terapéuticas” y los médicos le dijeron que su vida corría peligro en una gestación tan extraña, Rosa se opuso a esta práctica y les dijo que aceptaba lo que “Dios mandaba”.

“El Señor obró y produjo un embarazo gemelar, no sé si el médico se equivocó“, asegura Felipe y Paulo agrega que “siempre pienso con especial cariño y ternura en el corazón de mi mamá que daba su vida por mí, por nosotros”.
Los hermanos Lizama nacieron el 10 de setiembre de 1984. Primero nació Felipe y como no se desprendía la placenta, los médicos sugirieron a la madre realizar un raspaje, pero ella no aceptó porque ella sentía que otro niño estaba por venir. Paulo nació 17 minutos después.

“Este último episodio es muy significativo para mí, los médicos introducirían unos utensilios para sacar la placenta que demoraba en salir. Mi mamá sabía que yo estaba ahí. Me demoré pero salí”, si le hacían el raspado “lo más probable es que me hubieran dañado gravemente”, expresó Paulo.
Los gemelos conocieron la historia de su nacimiento cuando cursaban el sexto año de formación en el Seminario. “Sin duda la sabiduría de la mamá y su corazón permitieron que en el momento oportuno nos enterásemos de tan hermoso acontecimiento”, afirma Paulo.

Siempre había pensado que la vocación al sacerdocio venía desde la adolescencia pero después se dio cuenta que su vocación sacerdotal, Dios la gestó desde siempre y fue posible gracias al sí de su mamá.
“¿Cómo no defender la vida? ¿Cómo no predicar al Dios de la vida? Este acontecimiento potenció mi vocación, le ha dado una vitalidad específica y, por lo mismo, me he podido entregar existencialmente a lo que he creído. Estoy convencido de lo que creo, de lo que soy y de lo que hablo, claramente por Gracia de Dios”, agregó.

El llamado al sacerdocio

La infancia de los hermanos Lizama transcurrió entre el estudio, la formación católica de casa, las catequesis en la capilla del pueblo y la pasión por el fútbol.
Desde pequeños “íbamos a Misa los domingos y éramos llevados a la oración del mes de María, que en Chile se celebra en noviembre”.
Recibieron la Primera Comunión, pero por jugar al fútbol dejaron de ir a Misa.
La separación de sus padres marcó sus vidas y tomaron la decisión de dejar el fútbol. Entonces tenían 16 años de edad.
En este momento de dolor por la ruptura familiar, los Lizama comenzaron a participar más activamente en la parroquia “Virgen de Nuestra Señora de las Mercedes” de Lagunillas, donde se prepararon para recibir el sacramento de la Confirmación.
Para Paulo participar en un grupo parroquial significaba nuevos amigos y tener algo que hacer el fin de semana. “No tenía bien arraigadas mis convicciones en Dios y en la pureza del sacramento”, afirma y recuerda que en “una adoración al Santísimo, entré a la Iglesia, cantos gregorianos, la custodia, el incienso, el silencio, el Señor. Me dije esto es para mí”.
Felipe por su parte, desarrolló un “gustito” por las  cosas de Dios al conocer más la Iglesia desde dentro, así como “la figura cercana de un sacerdote, el P. Reinaldo Osorio, quien fuera el formador del Seminario, al que después asistieron.
“Dios me estaba llamando. Me di cuenta que era en Dios y en las cosas de Dios donde yo era feliz, no hubo lugar a dudas: quería ser sacerdote”, explicó.
Pese a su estrecha relación, no comentaron estas inquietudes vocacionales el uno al otro. “No sé quién de los dos sintió primero el llamado. Creo que Dios hizo muy bien las cosas, para salvaguardar la libertad en la respuesta. (…) Si yo consideraba el sacerdocio como una realidad posible, que llenaba mi corazón ¿por qué mi hermano no podría hacerlo también?”, recuerda Paulo.
A los 18 años de edad terminaron la escuela e ingresaron el 8 de marzo de 2003, al Pontificio Seminario Mayor San Rafael de Lo Vásquez.

Para la familia no fue fácil aceptar esta decisión doble. Sin embargo, al terminar el primer año de formación la actitud de Rosa cambió. “Mi mamá me confesó que estaba tranquila porque nos veía contentos”, asegura Felipe.

Los gemelos fueron ordenados diáconos en septiembre de 2011 y el 28 de abril de 2012 fueron ordenados sacerdotes por el Obispo de Valparaíso, Mons. Gonzalo Duarte García. Ese mismo día, los gemelos celebraron su primera Misa juntos en su parroquia de origen “Nuestra Señora de las Mercedes” en Lagunillas. Felipe presidió y Paulo concelebró.
Dirigiéndose a los jóvenes que descubren el llamado del Señor para seguirlo más de cerca, el Padre Felipe explica que “Dios no juega con nosotros. Quiere que seamos felices y el sacerdocio una vocación hermosa y que nos hace plenamente felices”.
El Padre Paulo agrega que seguir a Jesús no es fácil pero es hermoso. “Jesús, la Iglesia y el Mundo nos necesitan. Pero no necesitan a cualquier joven: necesitan a jóvenes empoderados de la Verdad de Dios, de modo que su vida misma transparente vida, la sonrisa muestre esperanza, la mirada muestre fe y sus acciones muestren amor”, afirma.

(Testimonio extraído de ACI).

martes, 7 de junio de 2016

LA MENTIRA, UN CAMINO A LA INFELICIDAD.

LA MENTIRA
Por Feli de los Mozos.
Hoy quiero compartir con todos vosotros, seguidores de mi blog, una reflexión que estoy compartiendo estos días con los alumnos de las escuelas y colegios urbanos y rurales de Itatí y su departamento. Es sobre… la mentira.
La mentira es un pecado tan viejo como la humanidad. Ya en el libro del Génesis, a continuación de la desobediencia de Adán y Eva a Dios, lo primero que aparece por no querer asumir la responsabilidad de la decisión tomada, es una mentira: - “Yo no he sido, no tengo nada que ver, no soy responsable; la culpable es Eva. Ella me dio y comí”- dice Adán-. Y Eva repite la mentira: - “Yo no he sido, no tengo nada que ver, no soy responsable; la culpable es la Serpiente (el demonio). Ella me dio y comí”.
La mentira surge cuando no queremos cargar con las consecuencias de algo, cuando queremos “zafar”, cuando no queremos que nos descubran, cuando pensamos que vamos a obtener más ventaja con la mentira que diciendo la verdad, cuando queremos ocultar una conducta reprensible… Y mentimos, y mentimos, y mentimos. Algunos se auto-engañan llamando a algunas mentiras “piadosas”. ¡Como si las mentiras rezaran! Y la mentira… es mentira, y punto.
Existen tres tipos de mentiras: dichas (palabras), hechas (acciones) y vividas (que convierten la vida en una mentira).
Para que en una persona exista coherencia, se debe dar sintonía entre lo que se piensa, lo que se dice y lo que se vive. Cuando estos tres aspectos no van de acuerdo, se da la mentira. Y la mentira nunca es buena ni beneficiosa. La mentira siempre nos perjudica.
Dios, que es bueno, no es un aguafiestas y quiere nuestro bien, en el 8º Mandamiento dice: “No dirás falsos testimonios ni mentirás”. Por lo tanto, si Dios quiere mi felicidad y me pide que no mienta, es por mi bien.
Y es que la mentira se vuelve en contra de quien miente, de palabra, de hecho, o con su vida.
Quiero señalar dos consecuencias de la mentira para que las tengas en cuenta. Casi 56 años de vida y más de 28 de sacerdote me confirman lo que escribo:
1ª – CUANDO NOS DESCUBREN MINTIENDO, del tipo que sea la mentira, SE PIERDE LA CONFIANZA Y YA NO SE RECUPERA MÁS. Podremos pedir perdón, podremos arrepentirnos y llevar una vida intachable, pero UNA VEZ ROTA LA CONFIANZA la persona engañada va a seguir dudando de nosotros, a no ser que le agarre demencia senil, alzheimer, o pierda la memoria. Y eso no significa que no nos haya perdonado, sino que sus propios procesos mentales van a hacer que se siga acordando.

2ª – NO PODEMOS PREVEER LAS CONSECUENCIAS DE LA MENTIRA. Una mentira que empieza con un interés definido puede terminar de la manera más imprevisible, incluso en una tragedia. Para ilustrar esta afirmación, que sobran los ejemplos en la realidad, voy a contar la historia de Susy, tomada del uno de los libros de REFLEXIONES PARA EL ALMA, libros cuya lectura recomiendo.
Susy, pensó que sus padres no le darían permiso para ir a una fiesta con sus amigos, de manera que les dijo que iría al cine con una compañera. Aunque se sintió un poco mal porque no les dijo la verdad, tampoco le dio mucha importancia y se dispuso a divertirse.
La fiesta estuvo genial, Susy se había divertido como nunca. Al terminar, su amigo Pedro, que había tomado bebidas alcohólicas y algo de drogas, le propuso llevarla a su casa.
La joven se dio cuenta del estado deplorable en que se encontraba su amigo pero, aún así, aceptó la invitación. De repente, Pedro comenzó a propasarse. Éste no era el tipo de diversión que ella pretendía y, en ese momento, pensó que sus padres tenían razón. Quizás era demasiado joven para este tipo de fiestas.
Dándose cuenta que la situación se estaba poniendo muy difícil, suplicó a Pedro que la llevara a su casa. Pero éste, fuera de sí, aceleró su coche y empezó a conducir a toda velocidad. Susy, asustada y desesperada le rogó que fuera más despacio, pero cuanto más le suplicaba, él más aceleraba. De repente, vio un gran resplandor: - ¡Dios, ayúdanos! ¡Vamos a chocar!
Ella recibió toda la fuerza del impacto. Como en una nube, sintió que la sacaban del auto y oyó que decían: - ¡Llamen a la ambulancia! ¡Estos jóvenes están heridos!
Despertó en el hospital… Estaba rodeada de médicos y enfermeras, que trataban por todos los medios de salvarle la vida. Mientras le decían que el accidente había sido muy grave y había tenido mucha suerte de estar viva, le comunicaron que su amigo Pedro había fallecido.
– ¿Y la gente del otro vehículo?– preguntó Susy, con preocupación.
–Todos murieron-, fue la respuesta.
Susy, le pidió a Dios, que la perdonara.  - “¡Solo quería divertirme!”, repetía…
Dirigiéndose a una de las enfermeras le preguntó por sus padres y por qué no estaban a su lado.
- Cuando vengan, dígales que estoy arrepentida de haberles mentido y que me siento culpable por esta tragedia.
La enfermera trató de calmarla, sin decirle nada.
Una vez recuperada, la joven se enteró que las personas que iban en el otro vehículo eran sus padres que habían salido a buscarla.
Una simple o inocente mentira, puede terminar en una tragedia. Después, todo se convierte en remordimientos y una vida llena de dolor y culpabilidad.




«No hay razones para mentir. La verdad nos hace libres. La mentira se convierte en nuestra propia trampa. Una vez que entramos, no es tan fácil salir. Rompemos la confianza que nos brindan nuestros seres más queridos. Y además, siempre tiene consecuencias; muchas veces trágicas y siempre dolorosas.»

miércoles, 1 de junio de 2016

CADA UNO... ES CADA UNO...


CADA UNO TIENE SU HISTORIA


Un chico de 24 años, mientras miraba a través de la ventana del autobús gritó:

- ¡Papá, mira los árboles como van corriendo detrás de nosotros!

El papá sonrió, y una pareja de jóvenes, sentados cerca, miro al joven de 24 años con una conducta tan infantil, y murmuraron que ya era grande como para andar diciendo eso.

De pronto, otra vez exclamó:

- ¡Papá, mira las nubes, están corriendo con nosotros!

La pareja no pudo resistirse y le dijo al anciano:

-¿Por qué no llevas a tu hijo a un buen médico?

El anciano sonrió y dijo:

- Ya lo hice y apenas estamos viniendo del hospital. Mi hijo era ciego de nacimiento, y hoy por primera vez puede ver.

La pareja de jóvenes quisieron tragarse lo que habían dicho.

Cada persona en el planeta tiene una historia. No juzgues a la gente antes de que realmente la conozcas. La verdad puede sorprenderte.



Cada uno miramos la vida desde nuestro lugar. Solo cuando nos ponemos “en el lugar del otro”, somos capaces de entender su visión de la misma realidad.


Puede que la suya esté equivocada. Pero no pretendas que vea las cosas como vos. Ponte en su lugar, y ayúdale a ponerse en el tuyo, para que pueda compartir tu visión.